EL JUEGO DE ABALORIOS
Juguetes prestados,
cosas heredadas o adquiridas,
cada una con su lugar y su sombra,
con caricias amigables sobre ellas
hechas por distintas manos,
con improntas derivadas que juzgamos importantes
que al sumar tarde con tarde
simplemente y sin remedio,
las filamos, miramos
y después las olvidamos...
Cosas que acumulamos sobre la necesidad,
elegimos un lugar y sin más allí plantamos,
lo pensado para hacer con ese nuevo artilugio,
que parece ser tan bello, tan útil y bien ideado...
Ante el gesto de la mano que lo toma y lo acaricia,
tiene los días contados y el gozo que no interroga
en nuestra vista sensible que sufre de esa presbicia
de acumular lo que es bello,
sin exigir la minuta,
si proviene en franca lid
o ha causado vil derrota,
solo un gozo, dos colores en manida colección
que se cansa de ella sola y después será un montón,
inútil es la canción cuando ya es muy repetida,
igual le pasa a las cosas que llegan,
después se olvidan...
Pero siempre a una pocas
que marchan con fe a la tumba,
acompañan a su dueño por días, meses, y años,
se trasladan junto a él cuando él se cambia de sitio,
y conquistan un lugar rumoroso, ponderado,
donde lucen nuevamente su belleza singular,
allí reciben caricias que hasta ayer no conocían
de manos suaves y tibias que se acercan a tocar,
sus variadas superficies,
sus detalles más pequeños,
y otra vez deben pactar
nuevos tiempos con su dueño,
que ha salido a respirar, a mirar los almacenes,
y luego vendrá a la casa
a dividir el espacio,
entre todo lo que tiene
y aquello recién comprado...
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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